Que ver en Burdeos

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Burdeos capital del vino: que ver y hacer

Hay muchas ciudades (sobre todo en Francia) cuyos nombres se asocian con un producto estrella, pero pocas han alcanzado una simbiosis tan profunda como Burdeos con sus vinos. No sólo le han deparado una duradera fama a la urbe, sino también una prosperidad que se refleja en su arquitectura, tanto la de antaño como en la renovación que ha experimentado en los últimos tiempos.

Una ciudad con río es siempre una ciudad especial, y esta es una norma que puede aplicarse sin problemas a Burdeos, una población a la que el ancho cauce del Garona otorga un inequívoco aire señorial. Sin embargo, más allá del río, del recogido barrio antiguo, de la impresionante Catedral y de las elegantes mansiones del siglo XVIII, uno tiene la sensación de que, de no haber sido por el vino, Burdeos no existiría. Al fin y al cabo, son las viñas las que han marcado el paisaje de los alrededores y las que han impulsado a lo largo de los siglos una prosperidad que se refleja en la arquitectura de esta ciudad con una clara vocación comercial y con un puerto que se abre al Atlántico. El Puerto de la Luna de Burdeos fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2007.

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No es un dato menor saber que de aquí provienen los mejores tipos de uva del planeta –Merlot, Cabernet y Cabernet Sauvignon–, aunque sólo en Burdeos se realiza la mezcla que convierte a estos caldos en prodigios de sutileza, equilibrio y armonía. Pero para calibrar el negocio del vino es bueno recurrir también a las cifras: hay más de 100.000 hectáreas de viñas y nada menos que 57 Denominaciones de Origen, además de 7.000 castillos de Francia –esos châteaux franceses convertidos en el mejor símbolo del prestigio– y 60 cooperativas vinícolas. El vino lo es todo en Burdeos, o casi.

Los orígenes de la urbe datan de los tiempos de los romanos, que le pusieron el nombre de Burdigala, aunque quedan escasos vestigios de aquella época. En cambio, Burdeos estuvo marcada por tres siglos de dominio inglés, entre 1154 y 1453. Pero sería un error pensar que todo se reduce a tiempos pretéritos; en los últimos años, la ciudad ha protagonizado una renovación que ha consistido en un baldeo a fondo, con la limpieza del río, la restauración de las fachadas ennegrecidas, la apuesta por los tranvías y la arquitectura moderna y la reivindicación de los muelles. Si a esto le añadimos el auge del turismo vinícola, la proliferación de tiendas a la última moda y la calidad gastronómica no hay duda de que Burdeos atraviesa un buen momento.

Burdeos, una ciudad marcada por el vino

En lo que respecta al vino, las esculturas de las fachadas más señoriales confirman que es sobre todo a partir del XVIII cuando la ciudad se asienta en este negocio. En las mansiones del barrio de Chartrons, correspondientes a esta época floreciente, proliferan motivos como gigantescos racimos de uva o la figura de Baco, que también podemos ver en edificios oficiales, como el de la Aduana.

La mejor manera de entrar en Burdeos es por la plaza de la Bolsa, diseñada por Jacques Ange Gabriel, arquitecto de la parisina plaza de la Concordia. En este espacio abierto al río se resume la importancia comercial de la ciudad: se expresa tanto en el palacio de la Bolsa como en el antiguo edificio de la Aduana, donde se controlaban las numerosas mercancías que partían o llegaban de las colonias. Ahora son pocos los barcos que remontan el río hasta la urbe, a 95 kilómetros de la desembocadura, pero hubo una época en la que los muelles vivían una actividad frenética.

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Más allá de esta amplia plaza presidida por la fuente de las Tres Gracias se levanta el barrio antiguo, un laberinto de calles angostas que desemboca en el esplendor de la iglesia gótica de Saint-Pierre. No muy lejos estalla la grandeza de la catedral de Saint-André, con varios museos a su alrededor. Río abajo, destaca la explanada de los Quinconces, donde se halla el Gran Teatro: de líneas neoclásicas, se levanta donde tiempo atrás hubo un templo romano.

Es frente al teatro, en la plaza de la Comedia, donde confluyen los principales ejes del Burdeos de las compras, con una serie de interesantes tiendas dedicadas, cómo no, al vino. El Cours de l’Intendance, la calle Sainte Catherine y las Allées Tourny son en este sentido las que más tentaciones presentan al visitante.

Si lo que busca este, sin embargo, es degustar los excelentes vinos de la región, puede instalarse en algunos de los cafés de la plaza Gambeta o en las pequeñas tabernas del barrio de Saint-Pierre. O en la Maison du Vin, donde la Oficina de Turismo organiza catas que permiten introducirse en los secretos enológicos. Desde aquí pueden planearse también incursiones en las zonas vinícolas, como las selectas Saint-Emilion, Pomerol, Médoc, Entre-deux-Mers, Graves o Sauternes, cuyo Château d’Yquem figura entre los preferidos de los turistas.

Repaso por la historia de Burdeos

En el barrio de Chartrons, que acogió en el pasado a marineros y comerciantes, las mansiones erigidas en los años de máximo esplendor dan testimonio del floreciente negocio del vino. Río arriba, el puente de piedra habla, sin embargo, de otras glorias, que en este caso se refieren a las campañas napoleónicas en España. Cuentan los bordeleses que los 17 arcos del puente se levantaron para homenajear sendas victorias de Napoleón.

Al otro lado del río se encuentra el barrio de la Bastide, con un jardín botánico que suele ser ignorado por la mayoría de visitantes, volcados en el centro histórico. Los que opten por la excursión fluvial, por cierto, se encontrarán con que el barco que suele acogerles, el Ville de Bordeaux, también remite al omnipresente vino: ostenta una figura de Baco como mascarón de proa.

Sería imperdonable terminar este repaso de Burdeos sin citar a dos personajes ilustres. Uno de ellos es Michel Montaigne, empresario vinícola y sobre todo escritor, que fue alcalde entre 1581 y 1585. Otro es Francisco de Goya, que se exilió aquí junto con otros liberales españoles en 1824 y murió en esta ciudad en 1828, tal como reflejó Carlos Saura en su película Goya en Burdeos. La casa donde vivió, en el Cours de l’Intendance, alberga hoy la sede del Instituto Cervantes. Son, sin duda, otros tiempos y otros aires para una ciudad con una larga Historia y un prometedor futuro. En Burdeos y su región, uno de cada seis empleos está ligado de forma directa o indirecta a la actividad vitivinícola. Pero, más allá, la ciudad alberga notables edificios que dan testimonio de su rica Historia.

5 visitas imprescindibles por Burdeos

  1. Barrio de Chartrons. Cuna del negocio local, alberga majestuosas mansiones, bodegas y almacenes que dan buena muestra del dinamismo de la ciudad. Este antiguo barrio de los armadores y negociantes de vino acoge en sus muelles el mercado dominical de Colbert, donde los bordeleses vienen a saborear un plato de ostras acompañado de vino blanco. En la calle Notre Dame vale la pena acercarse a las tiendas de los chamarileros y anticuarios.
  2. Casco Viejo. En las callejas del barrio de Saint-Pierre, llamado el “Viejo Burdeos”, se concentran numerosos edificios de los siglos XVII a XIX. Merece la pena subir el campanario de la catedral gótica, una torre independiente conocida como Tour Pey-Berland (siglo XV), que ofrece buenas panorámicas. Otra privilegiada atalaya es la Aguja de Saint-Michel, campanario de la basílica homónima, de 114 metros de altura. Por último, cabe destacar la Puerta Cailhau, del siglo XV, que encajaría en cualquier cuento de hadas.
  3. Gran Teatro. Erigido en 1780, posee un enorme pórtico con columnas coronadas por las doce Musas y las Gracias. El interior está decorado con pinturas en trompe l’oeil.
  4. Plaza de la Bolsa. En esta imponente plaza queda patente la pujanza económica de la ciudad en el siglo XVIII. Centro neurálgico de la zona portuaria, está presidida por el antiguo edificio de la Aduana, que actualmente alberga el museo de la misma. El otro protagonista de la plaza es el edificio de la Bolsa.
  5. Festejos del vino. Bajo el lema Bordeaux fête le vin, la explanada de los Quinconces, una de las mayores de Europa, se llenará de animación del 29 de junio al 2 de julio de 2006. Se organizan desfiles, juegos, conciertos gratuitos y fuegos artificiales. Para el visitante, constituye una ocasión perfecta para degustar los famosos caldos de la región.

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