Que ver en Tarragona

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La actual Tarragona, antigua Tarraco, fue la ciudad primordial de Hispania. Sus restos se mezclan con los perfiles de otros siglos y con el brillo azul del Mediterráneo.

La visita a la ciudad patrimonio transcurre como si de la búsqueda de un tesoro se tratase. Hay que recorrer las calles y callejuelas, descubrir las pistas y señales, contemplar los elementos evidentes, hacerse idea de las proporciones y el tiempo lejano. El premio: la recreación vivida de ese Imperio romano que fue Tarraco, una de las primeras erigidas como tal por el imperio del Mare Nostrum fuera de la península Itálica. En el transcurso del ilustrativo juego se sucederán asimismo las amables estampas de típica ciudad pequeña mediterránea: sosiego, palmeras y rincones, el día a día frente al mar, la luz.

Antes de iniciar la «búsqueda» de Tarraco, cuyos restos fueron declarados Ciudad Patrimonio Mundial en el año 2000, bueno será tomarse la ventaja de contemplar la maqueta de la ciudad romana, tal y como era en el siglo II d.C., que se expone en la Bóveda de Pallol, en la plaza del mismo nombre. Ahí están todos los detalles, trabajados e imaginados para elucubrar la curiosidad.

¿Cómo era Tarraco?

Un día cualquiera de aquel siglo en este enclave romano del siglo III a.C., se encontraban en plenos avatares de la Segunda Guerra Púnica. Había rituales en el templo principal, idas y venidas, en el amplio espacio porticado del foro. Hoy, el terreno lo ocupa gran parte la Catedral de Santa Tecla, cuya fachada gótica ilumina el final de la calle Major. La ruta peregrina coincide con la romana, y unos y otros se aprestan ya a seguir las pistas. Los santos Fructuoso, Augurio y Eulogio fueron martirizados en el anfiteatro hace 1.750 años.

Un paseo desde la Catedral de Tarragona

En la Catedral, en su claustro y en su Museo Diocesano, entre líneas románicas y góticas, no dejan de surgir piedras romanas, con su típico almohadillado, inscripciones y bajorrelieves, insertadas en paredes posteriores o en su muro original. Esto ocurre en muchos establecimientos del casco antiguo de Tarragona. Y ya no hay quien pare la imaginación: ¿qué esconde la casa Balcells?, ¿qué despliega sus góticas ventanas? A la vuelta de la esquina, está la casa de los Ingenieros, cuya fachada deja ver dos aras romanas y, sobre ellas, dos sarcófagos con inscripciones judías medievales.

Las señales se diversifican en estas calles angostas, donde se asoman los viejos balcones, y forman un laberíntico museo. Así, el estrecho pasaje de Sant Magí, patrono de la ciudad, o la calle del Comte, como tantas otras a las que la restauración va devolviendo la vida plena. La vida continúa en la vieja Tarraco después de siglos y a pesar de malos tiempos como la invasión musulmana, cuando los avatares fronterizos la dejaron despoblada.

El Imperio romano parece seguir en pie

Las murallas romanas siguen erguidas. Aquí no hay que buscar pistas, pues Tarraco se muestra explícitamente en los lienzos y torres que se extienden más de un kilómetro, seguramente una cuarta parte del recinto original, el más antiguo de los construidos por Roma en la península Ibérica. Y ya se definen los detalles: la base de piedras ciclópeas, que formaran parte de la primera guarnición romana; las marcas que sobre los enormes sillares del característico color dorado son como firmas de quienes las trabajaron. Las torres marcan los pasos por este ajardinado paseo de la búsqueda: la del Arzobispo, con su añadido medieval; la de la Minerva, con sus bajorrelieves e inscripciones originales, y la del Capiscol.

Siguiendo las huellas romanas

La rotunda muralla ha dejado señales en muchos lugares:

  • en la plaza romana de Representación del Foro Provincial donde se conservan restos en los edificios de la Antigua Audiencia
  • en las plazas del Pallol
  • el Fórum
  • Pretorio romano (siglo I d. C) residencia real en el Medievo

Seguimos a la zaga de Tarraco, pero Tarragona no deja de ser imperante: eco reforzado en la Muralleta, fortificación medieval; tintes alegremente simbólicos en el gran mural que ilumina la plaza del Sedassos; tipismo con solera en los soportales de la calle de la Mercería…Ahora surge el circo, algunos de cuyos restos se pueden ver en los locales de esta plaza.

Punto culminante de Tarragona

Se trata de uno de los circos romanos mejor conservados de Europa occidental, ya que aún da una idea muy completa de lo que fue la curva de las carreras de aurigas. Paredes, bóvedas y gradas recrean este lugar de entretenimiento que se situaba por debajo del foro, desde donde se accedía a través de lugares como la torre del Pretorio. Levantada en la plaza del Rei, centro de poder medieval. Desde su azotea se divisa el panorama de la ciudad, un paisaje circundante y el mar. La evocación de Tarraco: búsqueda cumplida.

Ya en el anfiteatro , recortado sobre el azul mediterráneo se observan los restos de una basílica visigótica y una iglesia románica. Hermoso debió de lucir. La luz marítima invade la escenografía que hoy es el paseo del Balcón del Mediterráneo, y se cuela, a través de la estatua del almogávar Roger de Lauria, en la amplitud de la rambla Nova. En este bulevar, que durante el desarrollo decimonónico sustituyó en su papel a la rambla Vella, se alinea el inconfundible modernismo de la casa Salas o la singularidad del teatro Metropol. Estéticas que circundan el alma de Tarragona, como las excelencias dieciochescas de las casas Castellarnau y Canals, en el casco antiguo. Del mismo tiempo son algunas fortificaciones y baluartes que reforzaron la defensa de la ciudad y su puerto que, después de remodelado, fue inaugurado con gran pompa y con la presencia del rey Carlos IV.

Hoy, esos dinosaurios modernos que son las grúas enredan el horizonte del mar y anuncian tierra de trasiego. Movimiento también el que se sabe en esta costa tan turística, suficientemente alejada para que no altere la serenidad de Tarragona, tan cercana como para disfrutarla si así se tercia. Quién lo diría en la playa Llarga, junto a la ciudad, envuelta en bosque; como para seguir el juego e imaginar una nave romana en el horizonte…

Otros itinerarios para visitar

A unos cuatro kilómetros se halla el acueducto de Les Ferreres, que con su doble hilera de arcos salva un barranco y es uno de los restos de la magnífica construcción que llevaba agua a la ciudad desde el río Francolí. Icono turístico, el famoso Arco de Berá, situado a unos 20 kilómetros, en el término municipal de Roda de Berá, se levanta con toda su sencilla elegancia en medio de lo que fue la Vía Augusta.

La torre de los Escipiones, a seis kilómetros, junto a la N-340, es uno de los monumentos funerarios que solían tener las ciudades romanas como Mérida  en sus vías de acceso. Una curiosidad es la cantera de Mèdol, junto a la playa de La Mòra, de donde se sacó la piedra para erigir Tarraco, que conserva la aguja que marcaba la altura excavada. En las afueras de Tarragona y a orillas del río Francolí se puede visitar una necrópolis paleocristiana del siglo III d.C., que contaba con una basílica cuyos restos se pueden contemplar en el centro comercial Parc Central. De las villas agropecuarias que rodeaban Tarraco, pueden visitarse los restos de las de Els Munts, en Altafulla, y Centcelles, en Constantí.

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